viernes, 18 de abril de 2014

IX Estación: Jesús cae por tercera vez


El Señor cae por tercera vez, en la ladera del Calvario, cuando quedan sólo 40 o 50 pasos para llegar a la cumbre. Jesús no se sostiene en pie: le faltan las fuerzas, y yace agotado en tierra.     “Fue maltratado y él se humilló y no dijo nada, fue llevado cual cordero al matadero, como una oveja que permanece muda cuando la esquilan”. (Is 53: 7)
            Todos contra El: los de la ciudad, los extranjeros, los fariseos, los soldados y los príncipes de los sacerdotes… Todos verdugos. Su Madre (mi Madre), María, llora.
            ¡Jesús cumple la voluntad de su Padre! Pobre: desnudo. Generoso: ¿qué más le falta por entregar? “Todo lo que vivo en lo humano se hace vida mía por la Fe en el Hijo de Dios, que me amó y se entregó hasta la muerte por mí”. (Gál 2: 20b)
            ¡Dios mío!, que desprecie el pecado, y me una a Ti, abrazándome a la Santa Cruz, para cumplir a mi vez tu Voluntad…, desnudo de todo afecto terreno, sin más miras que tu gloria… generosamente, no reservándome nada, ofreciéndome contigo a los demás.
                                    
            Ya no puede el Señor levantarse: tan grande es el peso de nuestras miserias. Como un saco, lo llevan al patíbulo. El deja hacer, en silencio. Humildad de Jesús, que nos levanta y ensalza. Ayúdame Jesús a ayudar a los demás, a enseñarles cómo llegar a Ti, cómo conocerte mejor, así como también lo hago yo. Dejo, Señor, mi corazón aquí en el suelo, para que otros caminen más blando.

            ¡Cuánto cuesta llegar al Calvario! Tengo que vencerme para no abandonar el camino. La pelea de Jesús es una maravilla, una auténtica muestra del amor de Dios, que nos quiere fuertes, porque “Te basta mi gracia; mi mayor fuerza se manifiesta en la debilidad.” (2 Cor 12: 9b) El Señor sabe que cuando nos sentimos flojos, y nos acercamos a Él, rezamos mejor, nos acercamos al prójimo, nos hacemos santos. Demos gracias a Dios, porque permite que hayan obstáculos… y sobre todo, porque luchamos contra ellos, con la Gracia de Dios.
           
            Ahora comprendo cuánto he hecho sufrir a Jesús, y me lleno de dolor: no me caben en el pecho las ansias de reparar mis pecados. Es sencillo: ¡Te pido perdón, lloro mis traiciones! Pero luego, viene la penitencia, que es cumplir con el deber, cueste lo que cueste, ahora no te fallaré Señor mío.

            ¡Encárnate con el Evangelio!, vive intensamente los acontecimientos allí descritos, sé uno más en esas escenas. Entonces, dejo que mi corazón se expanda y se ponga al lado del Señor. Cuando noto que mi corazón sale de tu lado, y soy cobarde como los otros, pido Perdón, por mis cobardías y las de mi prójimo, y las de toda la humanidad.

            Parece que el mundo se viene encima, y que no hay salida a nuestro alrededor. Imposible, ésta vez, superar los obstáculos. Pero, ¿acaso hemos olvidado que Dios es nuestro Padre? Omnipotente, infinitamente sabio, misericordioso. El no nos envía nada malo. Eso que preocupa, aquello que nos aterroriza, nos conviene… Aunque mis ojos de carne no lo puedan ver. Señor, que siempre se cumpla tu Voluntad sabia.

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