La Cruz destroza con su peso los
hombros del Señor. La turba ha ido agigantándose. Los legionarios apenas pueden
contener la enfurecida muchedumbre que, como río fuera de cauce, afluye por las
callejuelas de Jerusalén.
El cuerpo extenuado de Jesús se
tambalea ya, bajo la Cruz enorme. De su Corazón amorosísimo llega apenas un
aliento de vida a sus miembros llagados. El Señor ve esa multitud que anda como
ovejas sin pastor. Podría llamarlos uno a uno, por sus nombres, por nuestros
nombres, por mí nombre. Ahí están los que se alimentaron en la multiplicación
de los panes y los peces, los que fueron curados de sus dolencias, los que
adoctrinó junto al lago, en la montaña y en los pórticos del templo.
Un dolor agudo penetra en el alma de
Jesús. Y lloramos nuestras miserias y la ingratitud tremenda del corazón
humano. Del fondo del alma nace un acto de contricción verdadera, que nos saca
de la inmovilidad del pecado. Jesús ha caído para que nosotros nos levantemos una
y otra vez.
¿Triste?
¿Porque has caído en esa pequeña batalla? ¿Porque la vida te ha dado
terremotos, incendios, cesantía, egoísmo? ¡No! ¡Alegre! Porque en la próxima,
con la Gracia de Dios y con la experiencia de ahora, ¡vencerás!
Las
cruces son para caer, pero caer para levantarse una y otra vez, para que
motives a tantos a trabajar por los demás, para que conozcas el rostro de Dios
en las personas solidarias que te ayudan, para dar y recibir, para amar y amar en
las formas más variadas, hasta que alcances el amor por excelencia, el Calvario.
Mientras hay lucha, hay vida
interior. Eso es lo que nos pide Señor: la voluntad de querer amarle con obras,
en las cosas pequeñas de cada día. Una simple visita a tus padres, a ese
hermano con el que estás enojado, a los ancianos que sufren soledad, a los
enfermos. Si te comprometes, luchas contra el miedo y vences a la vergüenza. De
a poco verás que si has vencido en lo pequeño, vencerás también en lo grande.
Hablas y no te escuchan. Y si te
escuchan, no te entienden… Incomprendido, ensalzado, humillado, perseguido,
calumniado, consolado, sufriente, inútil. Pero para que tu Cruz tenga todo el
relieve de la Cruz de Cristo, es preciso que trabajes ahora así, sin que te
tengan en cuenta, en el silencio. Otros te entenderán. ¡Dame la fuerza Señor,
para levantarme y seguir adelante!
¡Cuántos, con soberbia e
imaginación, se meten en unos calvarios que no son de Cristo! La Cruz que debes llevar es divina. No
quieras llevar ninguna cruz humana. Si alguna vez cayeras en éste lazo,
rectifica enseguida: te bastará pensar que El ha sufrido infinitamente más por
amor nuestro. Señor, dame el Amor de la Cruz, pero no el de las cruces
heroicas, que podrían nutrir el amor propio, sino que de las vulgares, las que
llevo desdichadamente, esas que encuentro cada día en la frialdad, en los
rechazos, en la enfermedad, en los defectos del cuerpo, en el olvido, en el
silencio, en las tinieblas de la mente. La victoria que vence al mundo es
nuestra Fe.
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