viernes, 18 de abril de 2014

III Estación: Cae Jesús por primera vez

           
 La Cruz destroza con su peso los hombros del Señor. La turba ha ido agigantándose. Los legionarios apenas pueden contener la enfurecida muchedumbre que, como río fuera de cauce, afluye por las callejuelas de Jerusalén.
            El cuerpo extenuado de Jesús se tambalea ya, bajo la Cruz enorme. De su Corazón amorosísimo llega apenas un aliento de vida a sus miembros llagados. El Señor ve esa multitud que anda como ovejas sin pastor. Podría llamarlos uno a uno, por sus nombres, por nuestros nombres, por mí nombre. Ahí están los que se alimentaron en la multiplicación de los panes y los peces, los que fueron curados de sus dolencias, los que adoctrinó junto al lago, en la montaña y en los pórticos del templo.
            Un dolor agudo penetra en el alma de Jesús. Y lloramos nuestras miserias y la ingratitud tremenda del corazón humano. Del fondo del alma nace un acto de contricción verdadera, que nos saca de la inmovilidad del pecado. Jesús ha caído para que nosotros nos levantemos una y otra vez.

¿Triste? ¿Porque has caído en esa pequeña batalla? ¿Porque la vida te ha dado terremotos, incendios, cesantía, egoísmo? ¡No! ¡Alegre! Porque en la próxima, con la Gracia de Dios y con la experiencia de ahora, ¡vencerás!
Las cruces son para caer, pero caer para levantarse una y otra vez, para que motives a tantos a trabajar por los demás, para que conozcas el rostro de Dios en las personas solidarias que te ayudan, para dar y recibir, para amar y amar en las formas más variadas, hasta que alcances el amor por excelencia, el Calvario.
           
            Mientras hay lucha, hay vida interior. Eso es lo que nos pide Señor: la voluntad de querer amarle con obras, en las cosas pequeñas de cada día. Una simple visita a tus padres, a ese hermano con el que estás enojado, a los ancianos que sufren soledad, a los enfermos. Si te comprometes, luchas contra el miedo y vences a la vergüenza. De a poco verás que si has vencido en lo pequeño, vencerás también en lo grande.

            Hablas y no te escuchan. Y si te escuchan, no te entienden… Incomprendido, ensalzado, humillado, perseguido, calumniado, consolado, sufriente, inútil. Pero para que tu Cruz tenga todo el relieve de la Cruz de Cristo, es preciso que trabajes ahora así, sin que te tengan en cuenta, en el silencio. Otros te entenderán. ¡Dame la fuerza Señor, para levantarme y seguir adelante!


            ¡Cuántos, con soberbia e imaginación, se meten en unos calvarios que no son de Cristo!         La Cruz que debes llevar es divina. No quieras llevar ninguna cruz humana. Si alguna vez cayeras en éste lazo, rectifica enseguida: te bastará pensar que El ha sufrido infinitamente más por amor nuestro. Señor, dame el Amor de la Cruz, pero no el de las cruces heroicas, que podrían nutrir el amor propio, sino que de las vulgares, las que llevo desdichadamente, esas que encuentro cada día en la frialdad, en los rechazos, en la enfermedad, en los defectos del cuerpo, en el olvido, en el silencio, en las tinieblas de la mente. La victoria que vence al mundo es nuestra Fe.

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