Como
para una fiesta, han preparado un cortejo, una larga procesión. Los jueces
quieren saborear su victoria con un suplicio lento y despiadado.
Jesús
no encontrará la muerte en un abrir y cerrar de ojos… Se demorará un tiempo, el tiempo adecuado
para que el dolor y el amor se identifiquen con la Voluntad del Padre. En
cumplir tu Voluntad, Dios mío, tengo mi complacencia y dentro de mi corazón
está tu ley. Oh, Dios Eterno, que con tu luz separas el día de la noche, y
transformas en claridad la sombra de muerte: Arroja de nosotros todo mal deseo,
inclina nuestro corazón a guardar tu ley, y guía nuestros pasos por el sendero
de la Paz; para que, al hacer con gusto tu Voluntad durante el día, nos alegre
darte gracias cuando llegue la noche; por Jesucristo, nuestro Señor.
La
comitiva se prepara… Jesús, escarnecido, es blanco de burlas. ¡El!, que pasó
haciendo el bien y sanando a todos de sus dolencias. A Él, al Maestro Bueno, a
Jesús, que vino al encuentro de los que estábamos lejos, lo van a llevar al
patíbulo.
Señor,
te pedimos estar dispuestos a llevarte a los más alejados de Ti, a los que no
te buscan, a los que te desprecian. Déjame, Señor, ser tu prolongación en ésta
Tierra.
Fuera
de la ciudad, al noroeste de Jerusalén, hay un pequeño collado: Gólgota, que
significa lugar de las Calaveras, o Calvario. Jesús se entrega inerme a la
ejecución de la condena. No se le ha de ahorrar nada, y cae sobre sus hombros
el peso de la cruz infamante. Pero la Cruz será el Trono de su realeza, por el
Amor. Las gentes de Jerusalén y los forasteros que habían venido para la Pascua
se agolpan por las calles de la ciudad, para ver pasar a Jesús Nazareno, el Rey
de los judíos. Hay un tumulto de voces; y a intervalos, cortos silencios: tal
vez cuando Cristo fija la mirada en alguien.
“Después,
Jesús dijo a toda la gente: “Si alguno quiere seguirme, que se niegue a sí
mismo, que cargue con su cruz de cada día y me siga”. (Lc 9: 23) Ahora quiero
aprender de Ti, Jesús, quiero asumir mi cruz, tomarla y cargarla en mis
hombros. ¡Quiero ser tu discípulo!
¡Con
qué amor se abraza Jesús al leño que ha de darle muerte! ¿No es verdad que en
cuanto dejas de tener miedo a la Cruz, a eso que la gente llama cruz, cuando
pones tu voluntad en aceptar la Voluntad divina, eres feliz, y se pasan todas
las preocupaciones, los sufrimientos físicos o morales?
Es
verdaderamente suave y amable la Cruz de Jesús. Ahí no cuentan las penas; sólo
la alegría de saberse co-redentores con Él, a través del dolor.
Cuanto
más seas de Cristo, mayor Gracia tendrás para tu eficacia en la tierra y para
la felicidad eterna. Pero has de decidirte a seguir el camino de la entrega: la
Cruz a cuestas, con una sonrisa en tus labios, con una luz en tu alma.
Oyes
dentro de ti: “¡cómo pesa ese yugo que tomaste libremente!”… es la voz del
diablo; es tu soberbia. Señor, dame humildad, para entender las palabras de
Jesús: ”Pues mi yugo es bueno y mi carga liviana” (Mt 11: 30). Tu yugo es la
libertad, tu yugo es el amor, tu yugo es la unidad, tu yugo es la vida, tu yugo
es la eficacia. No nos quitarás la carga, si no que al imponer tu yugo, nos
darás el medio para llevar nuestra carga, nuestra cruz, mi cruz. La Cruz de un
salario insuficiente, la embriaguez, la drogadicción, del embarazo no deseado,
de las enfermedades, de la soledad.
Hay
en el ambiente una especie de miedo a la Cruz, a la Cruz del Señor. Y es que
llamamos Cruz a todas las cosas desagradables que suceden en la vida, y no
sabemos llevarlas con el sentido de los Hijos de Dios. Por miedo, por
vergüenza, o por indiferencia, no quiero asumir mi Cruz. Ayúdame Señor, a
querer y amar mi cruz de cada día.
En la Pasión, la Cruz
dejó de ser símbolo de castigo para convertirse en señal de victoria. La Cruz
es el emblema del Redentor: allí está nuestra salud, nuestra vida y nuestra resurrección.
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