viernes, 18 de abril de 2014

I Estación: Condenan a muerte a Jesús


Jesús ora en el Huerto: “Fue un poco más lejos y, tirándose en el suelo hasta tocar la tierra con su cara, hizo ésta oración: “Abba, Padre, si es posible aleja de mí ésta copa. Sin embargo, que se cumpla no lo que yo quiero, sino lo que quieres tú” (Mt 26:39)
Dios es mi Padre, aunque me envíe sufrimiento. Me ama con ternura, aún hiriéndome. Jesús sufre, por cumplir la Voluntad del Padre… Y yo? Yo que quiero cumplir la Voluntad de Dios, que quiero seguirlo, que quiero conquistar el mundo para Dios. Yo, que soy el más valiente o el más cobarde de los dirigentes del Movimiento de Cursillos. Yo, ¿podré quejarme, si encuentro por compañero de mi camino al sufrimiento?
El dolor, la enfermedad, la compasión, son señales ciertas de que Dios me trata como a su Divino Hijo. Entonces como Él, puedo llorar y gemir a solas en mi Getsemaní, pero postrado en tierra, reconociendo mis vacíos, mis errores, mi nada. Subirá hasta el cielo mi grito, salido del fondo de mi alma: Padre, Abba!!!
Jesús sabe que va a morir, y yo también lo sé. Puede que muera mañana, puede que muera en muchos años más, pero hoy es el día en el que muero contigo, Jesús. Moriré al pecado, a lo mundano, a la falta de compromiso, a la flojera, a la codicia, a mi falta de Fe…

Jesús es arrestado: “Cuando vino por tercera vez, les dijo: “Ahora sí que pueden dormir y descansar. Se acabó. Llegó la hora: el Hijo del Hombre va a ser entregado en manos de los pecadores.” (Mc 14: 41)
El pecador tiene su hora, y Dios su eternidad!!! Cadenas le han puesto, cadenas que Él se dejó poner. Yo debería tener cadenas que aten a éste, mi cuerpo, porque más vale ser esclavo de mi Dios, que ser esclavo de mi carne. Enséñame Señor, que no hay medias tintas, que no vale dudar, que las cadenas que me impongo voluntariamente son para que te sirva mejor a Ti, mi Señor.

“Pues bien, el traidor les había dado esta señal: “Al que yo de un beso, ése es, arréstenlo”. Y en seguida, se acercó a Jesús y le dijo: “Buenas noches, Maestro”, y lo besó. Pero Jesús le dijo: “Amigo, haz lo que vienes a hacer”. Entonces se acercaron, detuvieron a Jesús y se lo llevaron”. (Mt 26:48-50).
La traición es el arma de quienes han perdido su personalidad y pretenden conseguir algo con deslealtad. Jesús es traicionado con un beso y El responde: “Amigo, haz lo que vienes a hacer”. Me duele profundamente que, conociendo mi culpa, me llamas Amigo, pero me alegra mucho más que no me llames como me lo merezco: Traidor.

“Entonces, salió Jesús afuera llevando la corona de espinas y el manto rojo. Pilatos les dijo: “Aquí está el hombre” (Jn 19: 5) El corazón se estremece al contemplar al Señor herido en su cuerpo, entre burlas, enviado a presentarse ante sus perseguidores. Señor, ayúdame a ver siempre tu rostro en los más desvalidos, en el trabajo, en los que ocupan cargos inferiores al mío, en mis ambientes, en las cárceles, en los indigentes, en mis jefes, en mis colegas. Haz que nunca me permita maltratar o burlarme de los que me rodean.
“Y si alguno le llega a preguntar: “¿Por qué tienes entonces esas cicatrices en tu cuerpo?”, él se defenderá diciendo: “Son heridas que me hicieron mis amigos” (Za 13: 6) Mira a Jesús, cada desgarro es un reproche; cada azote, un motivo de dolor por tus ofensas y las mías.

“Pero Jesús se quedó callado” (Mt 26: 63). Responde las preguntas de Caifás y de Pilatos. Con el lujurioso Herodes, ni una palabra. “Por eso le hizo muchas preguntas, pero Jesús no le contestó nada” (Lc 23: 9)
Si se resisten a la Verdad en tu ambiente, en tantos ambientes, calla y reza, mortifícate rezando… y espera. También en las almas que nos parecen más perdidas, está la capacidad de amar a Dios. Conocer a Dios para amarlo, amar a Dios, seguir a Jesús, mostrar a Dios a los demás… Espero que mis obras, inspiradas por el Espíritu, hablen por mí, y que ayuden a nuestros hermanos a conocer el amor de Dios, que no sea necesario hablar, ni discutir, al igual que como fuiste Tú, mi Señor. Siendo acusado injustamente, traicionado, perturbado por los designios de una muerte cercana, no te defiendes, no hablas, sólo nos observas, sólo perdonas, sólo ayudas a que la voluntad de Dios se cumpla, dejando todo orgullo de lado. Ayúdanos Señor, a parecernos más a Ti, y tener paciencia y el deseo de ser mejores en el amor y en el perdón.

Han pasado las 10 de la mañana, el proceso llega a su fin. No hay pruebas concluyentes. El juez, sabe que sus enemigos lo han llevado por envidia, e intenta un recurso absurdo: la elección entre Barrabás, acusado de robo con homicidio, y Jesús, que se dice el Cristo. El pueblo escoge a Barrabás. “Pilatos les dijo: “¿y qué hago con Jesús, llamado el Cristo”? Todos contestaron: “Que sea crucificado”. (Mt 27: 22) El juez insiste: Pero ¿qué mal ha hecho?, y responden a gritos: ¡Crucifícalo!, ¡crucifícalo! “Al darse cuenta Pilatos que no conseguía nada, sino que más bien aumentaba el alboroto, pidió agua, y se lavó las manos delante del pueblo, diciendo: “Yo no me hago responsable de la sangre de éste justo que se va a derramar. Es cosa de ustedes” (Mt 27: 24)
Después de hacer azotar a Jesús, lo entrega para que lo crucifiquen. Se hace el silencio en las gargantas embravecidas, habían logrado su cometido, como si Dios ya estuviese vencido.
Jesús está solo. Quedan atrás los clamores triunfales de Jerusalén cuando llegó el Señor montado en un burro, de las largas procesiones de enfermos que eran curados, de la palabra de Dios que llenaba de luz y esperanza en los corazones. Nadie te defendió Señor, ¿y yo? Yo tampoco sé defenderte, defender mi Fe, a pesar de todo lo que hiciste por mí y conmigo, ¿qué puedo darte yo? Al menos, ser tu amigo.

“Era el día de la preparación de la Pascua, alrededor del mediodía. Pilatos dijo a los Judíos: “Ahí tienen a su rey”. Ellos gritaron: “¡Fuera!, ¡fuera!, ¡crucifícalo!” Pilatos les respondió: “¿Debo yo crucificar a su rey?  Los jefes de los sacerdotes contestaron: “No tenemos más rey que el César” (Jn 19: 14-15)
¡Señor!, ¿dónde están tus amigos? ¿dónde, tus súbditos? Te han dejado. Es una desbandada que dura veintiún siglos… Huimos todos de la Cruz, de nuestra Cruz, del dolor, de tu Santa Cruz. Te dejo solo, es peligroso ser apuntado con el dedo, vergonzoso ser tu amigo, o amigo de alguien en desgracia, de algún enfermo de SIDA o de Cirrosis, de algún mendigo. ¿Dónde está mi valentía? Te están enviando al matadero, y aún así no me puedo mover, no puedo hablar.
El cortejo de tu realeza son la sangre, la congoja, la soledad y el hambre de almas. Los males de éste siglo, la sangre: los hechos de sangre, la violencia; la congoja: las enfermedades mentales, nerviosas, la inseguridad, el estrés; la soledad: la creciente relación entre el hombre y la tecnología, en desmedro de las relaciones humanas; el hambre de almas: queremos ganar las almas para nosotros mismos, para, los falsos profetas, o los falsos dioses, en vez de para Jesús. 

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