viernes, 18 de abril de 2014

VII Estación: Cae Jesús por segunda vez


Ya fuera de la muralla, el cuerpo de Jesús vuelve a abatirse a causa de la flaqueza, cayendo por segunda vez, entre el griterío de la muchedumbre y los empellones de lso soldados. La debilidad del cuerpo y la amargura del alma han hecho que Jesús caiga de nuevo. Todos los pecados de los hombres, y los míos también, pesan sobre su Humanidad Santísima.
            “Sin embargo, eran nuestras dolencias las que él llevaba, eran nuestros dolores los que le pesaban y nosotros lo creíamos azotado por Dios, castigado y humillado. Fue tratado como culpable a causa de nuestras rebeldías y aplastado por nuestros pecados. El soportó el castigo que nos trae la paz y por sus llagas hemos sido sanados”. (Is 53: 4-5)
Desfallece Jesús, pero su caída nos levanta, su muerte nos resucita.
A nuestra insistencia en el mal, responde Jesús con su insistencia en redimirnos, con abundancia de perdón. Y, para que nadie desespere, vuelve a alzarse fatigosamente abrazado a la Cruz.
Que los tropiezos y derrotas no nos aparten ya más de El. Como el niño débil se arroja compungido en los brazos recios de su padre, tú y yo no asiremos al yugo de Jesús. Sólo esa contrición y esa humildad transformarán nuestra flaqueza humana en fortaleza divina.

Cae Jesús por el peso del madero… Nosotros caemos, por la atracción del pecado, de las cosas de la tierra. Prefiere venirse abajo que soltar la Cruz. Así sana Cristo el desamor que a nosotros nos derriba.

Ese desaliento, ¿por qué? ¿por tus miserias? ¿por tus derrotas, a veces continuas? ¿por un bache grande, grande, que no esperabas?
Sé sencillo. Abre el corazón. Mira que todavía nada se ha perdido. Aún puedes seguir adelante, y con más amor, con más cariño, con más fortaleza. Refúgiate en la filiación divina: Dios es tu Padre amantísimo. Esta es tu seguridad, la bahía en donde echar el ancla, pase lo que pase en la superficie de éste mar de la vida.

Me has dicho: Padre, lo estoy pasando muy mal. Y te he respondido al oído: toma sobre tus hombros una partecita de esa cruz, una parte pequeña. Y si ni siquiera así puedes avanzar con ella, … déjala toda sobre los hombros fuertes de Cristo. Y ya desde ahora, repite conmigo: “Señor, Dios mío: en tus manos abandono lo pasado y lo presente y lo futuro, lo pequeño y lo grande, lo poco y lo mucho, lo temporal y lo eterno”. Y quédate tranquilo.

Para seguir al Señor, hemos de patearnos por la humildad, como se pisa la uva en el lagar. Si pisoteamos la miseria nuestra, entonces El se aposenta en sus anchas en el alma. Como en Betania, nos habla y le hablamos, en conversación confiada de amigo.

Cuál martirio será el peor: el que recibe la muerte por la Fe, o el del que gasta sus años trabajando sin otra mira que servir a la Iglesia y a las almas, y envejece sonriendo, y pasa inadvertido… Para mí, el martirio sin espectáculo es más heroico. Ese es nuestro camino.


                

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